El Monólogo “Mama Tránsito Amaguaña Pushak Warmi-Cabecilla” revitaliza la lengua indígena
Boletín de Prensa No. 048
Quito, 27 de febrero de 2014
Sara Utreras recreó la vida, obra y legado de la luchadora centenaria del pueblo Kayambi
Ayer, el Auditorio Central del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal) en Quito, se convirtió en montaña, huasipungo, quebrada, camino, cárcel y también escenario para la revitalización de la lengua materna. Sobre esas tablas, Sara Utreras, la actriz y gestora del monólogo itinerante en kichwa y español ‘Mama Tránsito Amaguaña Pushak Warmi – Cabecilla’, se transformó para encarnar a la hija rebelde del Cayambe.
Esto, como parte de la celebración por el Día Internacional de la Lengua Materna, organizado por la Coordinación de Saberes Ancestrales de la Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación.
Para María Inés Rivadeneira, Coordinadora de Saberes Ancestrales, hablar de lenguas indígenas es hablar de nuestro pasado y de nuestra condición como país plurinacional e intercultural. “Si bien las lenguas están en constante desvanecimiento ya sea por la implementación del español como lengua oficial en el nuevo mundo, luego de la conquista española, u otros factores, su importancia no solo tiene que ver con la conservación del patrimonio sino además con la pérdida de la biodiversidad, diversidad cultural y viceversa” dijo, refiriéndose al conocimiento y saber que guardan las lenguas indígenas.
“Los conocimientos de los pueblos indígenas acerca de la biodiversidad que los rodea están contenidos en los nombres, tradiciones orales, comprensión de las especies vegetales y animales y sus usos. Así, los pueblos originarios se constituyen como guardianes de los conocimientos tradicionales y actores principales del desarrollo sostenible en sus territorios”, señaló la Coordinadora.
Luego, Sara Utreras cedió su cuerpo una y otra vez a la memoria. La actriz se convirtió en la Tránsito niña, que aprendió a resistir a la injusticia y a la muerte desde sus primeros años de vida, cuando en la hacienda latifundista donde sus padres jornaleros la trajeron al mundo, fue testigo de la condena impuesta por el hacendado a su tía, a quien había culpado por la muerte de un borrego. El patrono ordenó que aten el cadáver del animal a su tobillo y lo lancen al abismo, despeñando también a la tía de Tránsito. Asimismo, allí, en la parcela que comenzó a trabajar desde los siete años, fue testigo de los violentos castigos que estuvieron a punto de acabar con la vida de su padre.
A lo largo de la obra, una Tránsito anciana interrumpía el orden cronológico de los recuerdos, para tomarse la piel de Utreras, que se cambiaba de poncho, se ponía el sombrero, tomaba el bastón, se encorvaba y con una voz aguda y fuerte narraba o contextualizaba los acontecimientos, llevándonos por un agitado viaje en el tiempo.
Ese grito que tantas veces en el pasado se elevó para exigir los derechos de campesinos, indígenas y trabajadores, volvió a resonar en el auditorio o recordándonos los abusos no solo de los patrones sino también de los curas, autoridades y policías. Tránsito contaba que fue por eso que se casó a los 14 años, para evitar la humillación de los otros y sin pensar que también en el espacio doméstico sería reprimida por su marido, quien se oponía a que asista a reuniones de la organización comunal que se iniciaron con la ayuda de jóvenes socialistas.
Sin embargo, la caracola que convocaba a las reuniones ya había sonado. Y la insurrección era ya irreversible en la joven conciencia de la Mama, que con apenas 15 años y un guagua cargado a la espalda se comprometía cada vez más con la lucha social por los derechos de los campesinos. En esa época, a principios de los años 30, participó en uno de los primeros levantamientos indígenas. En el escenario resucitó esa batalla y el bastón daba golpes con cada grito: «Aumento de salario, jornada laboral de ocho horas y seis días de trabajo, supresión de los diezmos y eliminación de los huasipungos…». Las vasijas que permanecieron dormidas en el decorado se convirtieron entonces en escondite, quebrada, reunión y trinchera. Sara entraba y salía de su interior, reviviendo esos tiempos difíciles, en que los dirigentes realizaron más de 25 viajes a pie hasta Quito para reclamar sus derechos. El monólogo también recrea las secuelas de su lucha que significó persecución, 15 años de clandestinidad y más tarde cárcel para Amaguaña.
También hubo victorias, como la creación de escuelas bilingües, eliminación de huasipungos, y sobre todo se iluminó el sendero para la emancipación campesina. Tránsito, como también se plasma en la obra, llegó al Congreso Nacional y también viajó a Cuba y a la Unión Soviética, como embajadora de la resistencia campesina.
La música, el canto, el sonido de la guitarra y el rondín no podían faltar al representar la vida de la Mama Tránsito. Es así como Sara recuerda los encuentros personales que tuvo con la líder, ya en sus últimos años de vida. «Para mí Mama Tránsito es canción, porque a pesar de su sufrimiento ella siempre le cantaba a la vida», afirma la actriz, que se ha empeñado en recrear un testimonio fiel de este personaje inmortal, a través de sus símbolos, sus colores, sus palabras y su propia lengua.
María Inés Rivadeneira, Coordinadora de Saberes Ancestrales, destacó que el plurilingüismo es el mecanismo más pertinente para una educación inclusiva que revierta la dominación de unos sistemas sociales y culturales sobre otros considerados minoritarios.
Finalmente, Rivadeneira invitó a las 150 personas que asistieron al evento a sumarse en las distintas iniciativas científicas, educativas y artísticas que respetan y promueven el dialogo intercultural, el respeto a la diferencia y la revitalización de los conocimientos tradicionales y las lenguas de nuestro país.